Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100238
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 17 de julio de 1889
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 28, 391-397.
Tema: Responsabilidad ministerial del Decreto de terminación de la cuarta legislatura de las actuales Cortes.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): No crea el Senado que voy a entretener mucho tiempo su atención, aunque en realidad lo merecieran las manifestaciones que acabo de oír, porque estoy colocado en este debate en circunstancias verdaderamente difíciles. Aquí se ha hablado de sucesos ocurridos en la otra Cámara; aquí se ha hablado de la conducta de la mayoría del Congreso, de la conducta del que fue su Presidente, de la conducta de las minorías y de la del Gobierno en aquel Cuerpo Colegislador, y de eso no puedo yo hablar aquí. De eso he hablado donde procedía que hablase, delante del ex Presidente del Congreso, delante de las minorías, delante de los que atacaban al Gobierno; en una palabra, delante de las personas que podían defenderse y debían atacar. ¿Qué voy a decir aquí? ¿He de repetir los argumentos que allí hice? ¿Voy a presentarlos modificados? De todas maneras, para mi defensa, véome forzado a atacar lo que creo que no debo atacar aquí, y tengo que valerme de argumentos que no me parecen procedentes, por cuyo motivo, a la mayor parte de lo que aquí se ha dicho, contestaré remitiéndome a lo que he expuesto sobre los mismos asuntos en el Congreso.

Empezando por el Sr. Marqués de Sardoal, que se ha metido a defender al Sr. Martos, ¿qué voy a decirle yo? Tengo que manifestarle que ha hecho mal, porque el Sr. Martos ya se ha defendido de los mismos cargos de que S.S. ha querido defenderle aquí; y el señor Martos podrá no tener razón, y yo creo que ahora no la tiene, pero lo que al Sr. Martos no le falta son medios para defenderse, y considero que no ha de necesitar de los medios del Sr. Marqués de Sardoal, que aunque sean grandes, sin ofensa para S.S., creo que no llegan a la grandeza de los medios del Sr. Martos; de lo cual fácilmente se colige que el Sr. Marqués de Sardoal, en lugar de favorecer al Sr. Martos, le ha contrariado.

Empezó S.S. por hacer una distinción entre cuestiones chicas y grandes, suponiendo que las grandes pueden ser consecuencia de las chicas y haciendo, con este motivo, una especie de interpelación al señor Ministro de Gracia y Justicia, que entiendo no favorece a la causa del Sr. Martos; porque después de todo, en ese asunto, sobre el cual se ha pasado como sobre [391] ascuas, o quizá no se ha dicho nada en el Congreso, era mejor que en el Senado se hubiera hecho lo mismo. ¿Qué puedo yo decir sobre él? Una sola cosa, que consiste en confirmar lo que ha dicho el Sr. Canalejas; es a saber: que desde el momento en que se interrumpieron las relaciones personales entre el señor Martos y el Sr. Canalejas, este último me presentó la dimisión y se la presentó a sus compañeros, en vista de lo cual, yo le dije: ?Señor Canalejas, ¿es que S.S. ha roto sus relaciones con el Sr. Martos por cuestiones políticas? No; pues entonces Vd. no tiene derecho a traer al Gobierno cuestiones que puedan relacionarse con el personalismo. No hablemos, pues, de eso, porque aunque ahora hubiese motivos para que S.S. saliera del Ministerio, S.S. no podía salir en este instante y sería necesario aplazarlo para más adelante, en prestigio del sistema representativo de la Regia prerrogativa, a fin de que no haya quien se figure que los Ministros son nombrados o separados más que por voluntad de S. M. la Reina y con la confianza de las Cortes?. ¿Qué más puedo yo decir de esto? Nada más; porque si de este asunto se hubiera tratado en el Congreso, algo más hubiera yo dicho; pero aquí no, porque dadas las relaciones en que estamos el señor Martos y yo, no puedo hablar de S.S. más que delante de él para que se defienda y me combata, si es que procede combatirme; pero no debo hablar del Sr. Martos ante procurador suyo, por más que éste sea tan importante como el Sr. Marqués de Sardoal. (El Sr. Marqués de Sardoal: Ésa es una advertencia al Sr. Ministro de Fomento, que ayer hizo lo contrario). El Sr. Ministro de Fomento, contestó, e hizo bien, a una interpelación que S.S. le dirigió, porque S.S. tiene una presunción singular, que es aludir, interpelar y preguntar, exigiendo luego que no se le conteste. Pues eso no puede ser. El Sr. Ministro de Fomento no hizo más que contestar a las reiteradas indicaciones de S.S., sobre ciertos puntos que él tuvo necesidad de explicar.

Pero ya que me habla del Sr. Marqués de Sardoal del Sr. Ministro de Fomento, bueno será que yo aclare lo que éste dijo, que parece no entendió el Sr. Fabié, y cuando no se entiende una cosa o no se tiene seguridad de ella, no se puede lanzar un cargo tan grave como el de S.S., con una ligereza impropia del cargo que ejerce. ¿Qué es eso de acusar a un Gobierno de promovedor de motines, de que en lugar de apoyarse en la ley se apoya en el motín, y para fundar ese cargo suponer que el Sr. Ministro de Fomento dijo nada menos sino que el Gobierno estaba en la idea de impedir por motines la vuelta del partido conservador al poder? Pues eso no lo dijo el Sr. Conde de Xiquena, ni aparece en el Extracto de las sesiones; y para que el Sr. Fabié se convenza de eso y ponga más cuidado en otra ocasión, voy a repetir las palabras pronunciadas por el Sr. Conde de Xiquena, de las cuales, en todo caso, resultará un cargo para otra persona, pero no para el Gobierno.

?Una y otra vez regí (decía el Sr. Ministro de Fomento) toda explicación; pero cuando llegué a temer que mi silencio pudiera aparecer descortés, entonces manifesté al Sr. Martos que después del discurso pronunciado por él en el banquete de Lardy el 20 de noviembre, y de los propósitos por él manifestados respecto a los procedimientos que se debían emplear para combatir la propaganda que venía haciendo el partido conservador, yo, que opinaba de una manera diametralmente opuesta, no podía presentarme a solicitar los votos de la mayoría, para que elegidos el Presidente y el primer Vicepresidente del Congreso por una misma mayoría y en la misma noche, apareciéramos al día siguiente en el Congreso, el Presidente aplaudiendo la violencia y el atropello, el primer Vicepresidente defendiendo lo que estima justo y legal frente del Presidente de la Cámara?. (El Sr. Fabié: Eso decía el Sr. Ministro de Fomento en presencia de S.S., y naturalmente con su asentimiento). ¿Y dónde está la censura al Gobierno? En todo caso la censura será al que fue Presidente del Congreso. (El Sr. Fabié: Ya le contestaré a S.S.) ¿Qué tenía que decir el Gobierno de unos sucesos que condenó siempre solemnemente en las Cortes y en todas partes?

Y proseguía el Sr. Ministro de Fomento: ?esto me contestó el Sr. Martos (prescindiendo de algunos detalles que no hay para qué recordar sobre los excesos propios de toda muchedumbre). No solamente puede censurar esas manifestaciones.? (no habla el Gobierno), ?sino que las considero como una obra patriótica que hay que agradecer en lo que vale, puesto que el partido conservador, que se va acercando al poder por medio de la propaganda pacífica, puede dar lugar a un grandísimo peligro y una mayor inmoralidad; la inmoralidad sería que alcanzara el poder cuando planteado por el partido liberal el sufragio universal, se pudiera creer que se le daba para desvirtuar y deshacer la obra liberal, y el peligro sería grandísimo, y bueno es que se sepa donde se debe saber, y por eso lo he dicho y lo repetiré donde lo deba decir; porque si en la oposición el partido conservador da lugar a motines, si fuera poder produciría la revolución?.

Y a estas palabras me limité a contestar (prosigue el Sr. Ministro de Fomento): ?Sr. D. Cristino, ahora se convencerá Vd. de la razón con que yo declinaba y declino la oferta tan lisonjera para mí, del señor Presidente del Consejo de Ministros, puesto que allí donde Vd. repita lo que acaba de decir ahora y ya había dicho en el banquete de Lardy, habré de oponerle una modesta pero enérgica protesta?. Y me contestó el Sr. Martos: ?Opinando así, no puede Vd. venir a la Mesa del Congreso?. (El Sr. Rivera: Pero pudo ir luego al Ministerio). Pues ya lo creo; podía venir al Ministerio, porque pensaba lo mismo que el Gobierno. (El Sr. Rivera: Pues es una lógica que no comprendo. ?Rumores. ?El Sr. Fabié pide la palabra).

Seguía después el Sr. Marqués de Sardoal haciendo consideraciones respecto a la formación de los patricios en España, en las cuales me asignaba el papel que creía conveniente. No me quejo de eso, aunque el papel que me señaló no es verdaderamente muy honroso para mí. Pero en fin, como al Sr. Marqués de Sardoal le parece malo todo lo que antes le parecía bien, a mí me deja en buena compañía. Hoy ya no solo no le parezco bien como jefe de partido, sino que no le parece bien la mayoría, en la cual ha militado hasta hace tan poco tiempo, y supone que es una mayoría que no tiene fuerza ninguna ni debe servir de barómetro para nada, porque según expresión gráfica de S.S., los distritos son así como capellanías de sangre. Supongo que el distrito o la provincia que su señoría representa como Senador del Reino no será una capellanía de sangre; y si esto no es para S.S.; ¿qué derecho tiene S.S. para suponerlo en los demás Senadores que han venido a ocupar su puesto en esta Cámara? [392]

Yo debo aquí hacer una protesta, aunque muy de pasada, sobre el síntoma que vengo observando hace algunos días, y que consiste en desacreditar el sistema parlamentario, suponiendo que las mayorías de los Cuerpos Colegisladores no representan nada ni significan nada; que el cuerpo electoral está más muerto que lo ha estado jamás; que los medios de gobierno que el Ministerio emplea son más arbitrarios y más violentos que los que ha empleado hasta ahora Gobierno alguno.

Pues eso no es cierto; es precisamente lo contrario de la realidad de los hechos, y deficiente y todo como es el cuerpo electoral, como han sido deficientes los cuerpos electorales de todos los países; y como lo son todavía en algunos, el cuerpo electoral español va adquiriendo una vitalidad y energía que antes no tuvo en manera alguna, y los Gobiernos no hacen, porque no pueden ni lo deben hacer, lo que no ha muchos años realizaban, y esto se halla demostrado por los hechos. Recordar, Sres. Senadores, y no hay que irse muy atrás en la historia, cuando venían aquellos Congresos unánimes y cuando no había medio de que los partidos pudieran tener participación alguna en los colegios electorales y en los Cuerpos Colegisladores; recordad, Sres. Senadores, cuando había Gobiernos que atropellaban a los candidatos hasta el punto de aprisionarlos y desterrarlos en el momento de las elecciones; recordad, Sres. Senadores, cuando no había en absoluto medio de luchar, y cuando sólo venían a los Cuerpos Colegisladores aquellos a quienes el Gobierno se le antojaba dejarlos venir. ¿Es que sucede ahora esto? ¿Es que el cuerpo electoral no ha adquirido más independencia? ¿Es que los Gobiernos pueden hacer lo que antes hacían? No; y lo prueba la misma composición de las Cámaras.

Jamás ha habido una Cámara en la cual estén representados todos los partidos, pero legítimamente representados, porque han venido aquí por la fuerza de los electores, como sucede en las Cortes actuales, en las que están representados desde el partido tradicionalista hasta el republicano exagerado, y en las cuales se reúne desde el primer día una oposición que pasa de 120 votos. ¿Cuándo, desde el primer día, como resultado de una elección, ha sucedido eso en ningún Parlamento español? ¿Cuándo, en qué Cámaras se han hallado representadas, no solo todas las opiniones políticas que hay en el país, sino representadas en las personas más importantes de todos los partidos, porque, después de todo, no hay una sola persona importante de ningún partido que no tenga su representación en el Congreso o en el Senado? ¿Cuándo ha sucedido esto? No es, pues, exacto que nuestro sistema electoral esté viciado; no es exacto que nuestro cuerpo electoral esté tan enflaquecido; no es exacto que los Gobiernos cometan tantas arbitrariedades en las cuestiones electorales y que estemos en tiempos de atraso; en este sentido vamos adelantando mucho, y si todos los partidos nos ayudan, adelantaremos más y nos colocaremos pronto en la situación en que pueden estar los países en los que el cuerpo electoral tenga más independencia y más medios para influir en la dirección de los negocios del Estado.

Pero el Sr. Marqués de Sardoal, que ya lo encuentra todo malo, cree mala también la dirección del partido liberal, mala su jefatura, mala la mayoría, mala la prensa, malas todas las manifestaciones y todas las formas de expresarse la opinión pública. ¡Ya lo creo! porque le son adversos. La mayoría era muy buena cuando él formaba parte de la mayoría; pero ahora es una mayoría que no sirve de barómetro para nada; la prensa merecía la apoteosis cuando le ha aplaudido a S.S. (El Sr. Marqués de Sardoal: No me ha aplaudido nunca, ni me hace falta). Pero yo he oído muchas veces decir a S.S. que la prensa era el eco de la opinión pública, la representación genuina de la voluntad nacional, un poder del Estado, y no sé cuántas cosas más, por las que había que colocarla sobre un pedestal muy alto; y ahora que le es adversa. (El señor Marqués de Sardoal: Yo no he dicho nada de la prensa). Entendí, Sr. Marqués de Sardoal, que S.S. decía que la prensa, como manifestación de la opinión, no podía tenerse en cuenta, porque aparte de la ministerial que defiende siempre al Gobierno, la que ahora nos ha apoyado por ciertas maquinaciones políticas, según S.S., es una prensa que estaba alquilada.

Pues bien, yo protesto contra eso, y fundándome en que S.S. en otras ocasiones ha aplaudido tanto a esa prensa, creo que cuando tanto la deprime ahora, es porque, así como la ensalzaba cuando le era favorable, la deprime cuando le es adversa, como sucede con la mayoría. Pero de todas maneras, aunque S.S. me haya deprimido a mí tanto como a la mayoría y a la prensa, no lo puedo sentir por lo que hace a mi persona, porque al fin me ha dejado S.S. en muy buena y muy excelente compañía.

?Que yo hago uso de esta mayoría como he hecho uso de otras mayorías, y como Barba Azul hacía uso de su cañón, para imponerme a la Regia prerrogativa?. No me parece de buen gusto lo del cañón de Barba Azul para imponerse a la Regia prerrogativa; pero lejos de haber querido yo imponerme a la Regia prerrogativa con las mayorías de que he podido disponer en los Parlamentos, ha sido al contrario: he procurado con ellas ayudar a la Regia prerrogativa. En los momentos a que S.S. se ha referido, debo decirle que, aunque formó parte del Gobierno de la izquierda, está muy poco enterado de lo que pasó para que S.S. entrase en aquel Gabinete; porque ha de saber S.S. que el Rey Don Alfonso XII jamás negó la confianza a aquel Ministerio por los sucesos de Badajoz; que si algunos Ministros quisieron y se empeñaron en salir, ellos produjeron una crisis contra la voluntad del Monarca, que creía, y con razón, que no bastaba un movimiento militar para cambiar de Ministerio, porque no se puede ni se debe hacer cambios políticos por el movimiento en los cuarteles. ¿Y qué sucedió? Que habiendo presentado algunos Ministros su dimisión, yo creí, a pesar de lo que había oído a S. M., que debía presentar la dimisión de todo el Gobierno, y la presenté. ¿Y sabe S.S. lo que entonces se dignó hacer S. M.? Pues reiterarme su confianza y decirme que formara otro Gabinete: ¿lo sabrá S.S. mejor que yo? (El Sr. Marqués de Sardoal: Igual). El caso es que yo le dije a S. M. el Rey: ?Señor, ya que ha llegado la ocasión y que se realiza una crisis, desearía aprovecharla para ver si consigo fundir todo el partido liberal atrayéndome la izquierda; acepto el encargo de formar Ministerio, pero a condición de que quieran entrar en él algunos individuos de la izquierda, a condición de que la izquierda se una con el partido liberal; si no, Señor, no lo formaré?.

Y, en efecto, fui a ver al Sr. Duque de la Torre, [393], el cual, con el patriotismo que le distinguía, me manifestó que creía patriótico mi propósito y que me ayudaría; pero luego, en los elementos de la izquierda, el mismo Sr. Duque de la Torre encontró dificultades y me expuso al día siguiente que le había sido imposible reducir a algunos individuos de ella para formar parte de un Ministerio presidido por mí; pero que se prestaban a formar parte de otro Ministerio de unión del partido liberal, aunque presidido por otro. De modo que resultó claro que no había más que antipatía personal. Entonces volví a ver a S. M. y le dije: ?Señor, he dado estos pasos; no puedo formar Ministerio de conciliación; dejo, por consiguiente, en manos de V. M. la confianza que en mí se ha dignado depositar?; y le indiqué, porque así me lo aconsejó el Duque de la Torre, la persona que debía llamar.

En efecto, llamó al Sr. Posada Herrera. Lo que pasó entre el Sr. Posada Herrera y yo, no tengo para qué decirlo; me parece que lo he manifestado en otra ocasión. Dispuesto yo a apoyar a aquel Ministerio con ciertas condiciones que el Sr. Posada Herrara me aceptó, cuando llegó el momento en que creí que aquellas condiciones no se realizaban, cumplí con mi deber, ni más ni menos. No falté en manera alguna a mis compromisos, ni mucho menos impuse a la Regia prerrogativa la mayoría de que yo podía disponer en la Cámara; que jamás podía entrar eso en mi ánimo, y además era imposible, como no quiero ni trato de imponerme ahora. ¿Por dónde?

Que yo vengo aquí y digo que tengo la confianza de la Corona, y que voy a la Corona y digo que tengo la confianza de las Cortes. Pues ni tengo que venir aquí a decir que cuento con la confianza de la Corona, porque eso se ve, ni tengo que ir a la Corona a decir que cuento con la confianza de las Cortes, porque también está a la vista. (El Sr. Marqués de Sardoal: ¿Quién lo ve?) Pues lo ve todo el mundo, ¿En qué acto me ha faltado a mí la confianza de las Cortes, y en qué acto me ha faltado la confianza de la Corona?

La mayor parte de los Sres. Senadores que han intervenido en este debate, se han ocupado de una porción de cuestiones que no hacen al caso, dada la forma y manera como anunció aquí su interpelación el Sr. Marqués de Sardoal; pero, al fin y al cabo, han venido a hacer discursos parecidos a los que se pronuncian en la discusión del mensaje. Enhorabuena; no me pesa eso, y bueno es que se sepa que tengo que contestar algo, aunque sea ligeramente, a cosas que están fuera de sitio, de lugar y de ocasión.

¿Qué tiene que ver la cuestión económica con el consejo que yo haya dado acerca del uso de la prerrogativa Regia para la terminación de la legislatura? Sin embargo, aquí han hablado todos de las cuestiones económicas, y de éstas tengo poco que decir, porque ya he dicho lo que procedía que dijera en otras partes; pero yo debo declarar, por lo que pueda suceder mañana, que esa oposición, que esa guerra que se hace a los tratados de comercio, y con la que parece está conforme el partido conservador, y no lo creo, me parece un gravísimo mal para el porvenir del país.

Debo llamar la atención del Senado sobre lo que está pasando en Italia; pues algo más grave de lo que ocurre en Italia, pasaría en España el día en que se rompieran todos los tratados, negándonos a tratar con ningún país. Nuestra riqueza agrícola es principalmente vitícola y vinícola: considerad la suerte y fortuna a que llegará nuestro país, si esa riqueza no tiene la salida que hoy, precisamente por los tratados de comercio.

Ya podían nuestros agricultores descepar sus viñas, y descepando sus viñas desaparece la más esencial, la más importante, la primera de las riquezas, la primera de todas las riquezas de nuestro país. Desaparecería el único porvenir de la agricultura; y llamo sobre esto la atención de los que tanto hablan de fomentar la agricultura. ¡Buena manera tendrán de fomentarla el día que hagan desaparecer los tratados de comercio, y a consecuencia de eso se nos cierren las fronteras para nuestros productos!

Se ocupó también el Sr. Marqués de Sardoal de unas palabras mías pronunciadas en el Congreso, y que en realidad no tenía necesidad S.S. de ocuparse de ellas, porque al hablar de la conducta de aquel ex Presidente del Congreso, decía que su tenaceada, de haberla tenido, no encontraría ejemplo más que en alguna coronación de menor vuelo que el Congreso.

Eso no ofendía a nadie ni a ninguna corporación, porque yo entiendo que fuera del Senado todas las demás corporaciones del país son de menor vuelo que el Congreso y el Senado; y no podían ofender a S.S., puesto que hablaba de corporaciones en las cuales habían sucedido cosas parecidas a lo que ha ocurrido en la corporación que S.S. presidió. (El Sr. Marqués de Sardoal: En ninguna ha pasado cosa semejante, y yo tengo la responsabilidad de que fue individual, no colectiva, ni me importa saber lo que ha pasado en las demás. ?El Sr. Presidente agita la campanilla). Pues entonces no me refería a S.S.; yo hablaba de corporaciones en que se daban votos de censura al presidente y éste insistía en continuar siéndolo y presidiendo las sesiones. ¿No está S.S. en ese caso? Pues no ha debido darse por aludido. (El S. Marqués de Sardoal: Perfectamente). Pues entonces, ¿a qué se ha dado por aludido S.S.? (El Sr. Marqués de Sardoal: Ahora hablaremos; supongo que hablará S.S. del alcalde de Madrid). De todos los alcaldes y de todos los presidentes de Diputaciones provinciales que se hayan encontrado en ese caso.

Por lo demás, S.S., a propósito de eso, contó una historia especial y propia de lo que ocurrió en la presidencia de esa corporación provincial, historia que no había necesidad de referir por lo muy conocida, y por ser cuestión que ya habíamos debatido aquí largamente, quedando completamente terminada.

Pero S.S., en el deseo de acumular cargos contra el Gobierno, nos ha hablado también del orden público a consecuencia de una manifestación. Ya para S.S. este Gobierno no puede responder del orden público porque permite ciertas manifestaciones; y como ejemplo de que este Gobierno no puede sostener el orden público porque permite ciertas manifestaciones, S.S. nos trajo un ejemplo que no venía al caso.

En Gerona ha habido una manifestación, que según las propias palabras de S.S., no se podía impedir porque no había artículo en la ley que lo impidiera. [394] (El Sr. Marqués de Sardoal: No he dicho eso). Y decía S.S.: una manifestación parecida quiso celebrarse aquí siendo Ministro de la Gobernación el Sr. Sagasta y alcalde de Madrid el Sr. Rivero, para conmemorar las víctimas de la sublevación de Madrid. ¿Era legal aquella manifestación? (El Sr. Marqués de Sardoal: Sí). Pues si era legal, también era legal la de Gerona para conmemorar unas víctimas; a no ser que las víctimas de Gerona sean de distinta condición que las de Madrid. (El Sr. Marqués de Sardoal: Es que S.S. no puede declara víctimas a ésas). A los sargentos. (El señor Marqués de Sardoal: Su señoría, como Presidente del Consejo de Ministros, no puede declara víctimas a los fusilados en Santa Coloma de Farnés).

Pues aquel Gobierno, que creyó que no había medio de impedir la manifestación, lo único que prohibió fue que la manifestación pasara por las puertas del cuartel de San Gil. ¿Por qué? No por la manifestación, sino porque consideró que eso era una provocación a la fuerza encerrada en el cuartel de San Gil. ¿Y qué hizo? Pues el alcalde de Madrid, con un batallón de la Milicia Nacional, impidió que la manifestación llegara a San Gil, e hizo que volviera por la esquina del Ministerio de Marina para no tocar aquel cuartel; y como en Gerona no hubo necesidad de tomar esa precaución, no se echó mano tampoco de batallón alguno.

Debo recordar al Senado que hace tres días en Madrid se ha querido hacer una manifestación para conmemorar la toma de la Bastilla, y el Gobierno, sin necesidad de batallón de Infantería ni de Milicia Nacional, la ha hecho de todo punto inofensiva, y lo ha conseguido sin más que hacer respetar las prescripciones vigentes sobre policía urbana, fundándose con razón perfecta en que a aquella hora era imposible y no debía hacerse una manifestación en la calle de Alcalá, por ser ésta una de las de mayor tránsito, e inevitable una aglomeración de gentes, ocasionada a mil conflictos. Y con sólo estas advertencias no se celebró la manifestación, sin queja de nadie, sin protesta alguna, sin que reclamasen los interesados y sin necesidad de batallones de Infantería, ni de la Milicia Nacional.

Además he de advertir al Sr. Marqués de Sardoal, que aunque el alcalde de Madrid fue el que tomó en la época a que S.S. se ha referido aquella medida, lo hizo de acuerdo y por indicación del Ministerio de la Gobernación, que era a la sazón el que en estos momentos tiene la honra de dirigir la palabra del Senado. (El Sr. Marqués de Sardoal: Por iniciativa suya). Claro que como era el jefe de la Milicia, él fue quien dispuso que un batallón de la Milicia impidiera que la manifestación llegara a San Gil. El procedimiento fue de él, pero la indicación del Gobierno, y en esos casos el Gobierno es especialmente el Ministro de la Gobernación; de manera que los aplausos que daba S.S. al Sr. Rivero, debía S.S. dármelos a mí. Lo que hay es que hoy S.S. no tiene más que censuras para mí y aplausos para los demás.

También ha hablado el Sr. Marqués de Sardoal del sufragio universal, y hasta me ha querido atribuir la culpa de que el sufragio universal haya siquiera empezado a discutirse; y después, contradiciéndose, decía S.S.: ?¿Por qué el Presidente del Consejo de Ministros ha tenido prisa para que el sufragio universal se discutiera?? Pues yo se lo voy a decir, ahora que S.S. ha entrado en procedimientos normales y lentos, y manifiesta afición a esos, a los que antes no le veía yo a S.S. tan inclinado. Su señoría mismo decía: ?La ley del sufragio universal hay que discutirla muy largamente, porque es una ley muy importante y verdaderamente social, respecto a la que hay que dar tiempo a la discusión y a que los partidos tomen parte en ella?. Pues si el sufragio universal se ha de discutir con tiempo, claro es que si no se empieza a discutir ahora, no se podrá terminar cuando las Cortes acaben.

Precisamente mi prisa está en eso; en que deseo que el sufragio universal se discuta con el espacio y tiempo necesarios para que salga de las Cámaras con toda la autoridad que una ley tan importante merece; pero si se ha de discutir con tiempo, es necesario empezar a hacerlo cuanto antes, y como yo veía que no faltaba más que una legislatura, quería adelantar su discusión precisamente para que en esta legislatura hubiera la seguridad de que había de salir votada la ley de sufragio universal. Ahí tiene S.S. explicado el por qué tenía yo tanta prisa. Yo quiero que el sufragio universal sea ley, no solo por el compromiso de honor que el partido liberal tiene adquirido ante los demás partidos, ante la Corona y el país, sino porque lo considero como un elemento de paz para la Patria.

Además, el partido liberal llegó al poder con este compromiso, y debe demostrar por todos los medios que estén a su alcance que desea cumplirlo.

Por lo demás, S.S. que amenizó su discurso haciéndome un favor que yo no merezco, aunque con las reservas consiguientes, S.S. recordó una conversación que el Emperador Napoleón había tenido con Metternich. Su señoría suponía, pero con las salvedades correspondientes, que yo, aunque no podía ser Napoleón, lo era en esta conversación; pero que el Sr. Martos ya podía ser Metternich. (El Sr. Marqués de Sardoal: No suponía nada de eso). ¿No suponía nada de eso S.S.? (El Sr. Marqués de Sardoal: Sacaba la sustancia de ese recuerdo histórico). Sustancia que no ha acabado de sacar S.S., y voy a ver si yo acabo de sacarla.

Porque S.S., en esa conversación que suponía entre Napoleón (Sagasta) y Metternich (Martos), decía que Napoleón, al ver la insistencia que Metternich tenía en sus proyectos contra los proyectos de Napoleón, le dijo: ?¿Cuánto le dan a Vd. los ingleses?? Yo veo aquí al Sr. Martos y a Sagasta, como veo a Napoleón y a Metternich. Lo que no veo es a los ingleses. ¿Quiénes son los ingleses? (Risas). Porque sin saber quiénes son, el cuento no tiene gracia.

Voy a contestar brevemente al Sr. Bosch. Yo no quiero decir que el discurso de S.S. sea un drama, como ha calificado el Sr. Bosch a la situación. Y claro es que los tres actos que afirmaba S.S. tenía ese drama, son malos los tres, y los tres merecen ser silbados. Yo no puedo decir eso del discurso de S.S., que fuera de algunas palabras gruesas, me ha perecido muy bien. El discurso de S.S. sería en todo caso un drama en un acto, pero muy bien hecho. Mas el drama de la situación, a pesar de ser en tres actos, tiene poca variedad; todos los actos son de anarquías, económica, administrativa y parlamentaria. Como me he [395] propuesto no hablar de la anarquía parlamentaria, porque no ha habido tal anarquía, no tengo para qué contestar a S.S. Lo que pasó en el Congreso fue consecuencia de conductas que ya he juzgado donde debía hacerlo, y por tanto, no tengo que juzgarlas aquí. En ello el Gobierno no tuvo nada que ver; no hizo más que procurar que lo que era consecuencia natural de ciertos hechos pasara del mejor modo posible, y en mi opinión, lo que pasó, pasó como mejor posible era, porque quizá en esas circunstancias hubieran pasado en otras partes cosas más graves. Se habla de las perturbaciones del Parlamento español, sin recordar que en todos los del mundo ocurren con más frecuencia y en mayor escala que en el nuestro. Yo no sé lo que en un Parlamento extranjero hubiera ocurrido en circunstancias parecidas a las nuestras.

Hombre afortunado me ha llamado el Sr. Bosch. Es posible que lo sea. No será por lo bien que me tratan los adversarios, y sobre todo, algunos que han sido amigos míos, que al cabo de quince años de ser jefe, todavía me niegan competencia para serlo; ¡y cuidado sin en quince años habré sufrido exámenes y habré tenido opositores, porque también ha habido opositores a la jefatura!

De manera que si soy afortunado, declaro que la fortuna hace conmigo lo que con nadie, porque la pintan muy veleidosa y voluble, y conmigo hay que reconocer que es muy constante y muy pertinaz.

Gracias, pues, a la fortuna, porque algo vale, porque si teniendo esa fortuna dejo yo el poder y viene otro, ¡qué mal lo va a pasar si la fortuna sigue favoreciéndome! (Risas).

No atribuya S.S. a fortuna lo que me haya podido ocurrir en las circunstancias difíciles que hemos atravesado, porque la fortuna no basta para resolver muchas complicaciones y para vencer muchas dificultades. Lo que hay es que al adversario, cuando se le combate, si no se le puede vencer, se dice: ?la fortuna que le ayuda; si no fuera por la fortuna, ¡qué sería de él!? No es la fortuna, es la razón y la justicia; y no quiero decir la torpeza de los enemigos, porque no tienen nada de torpes; que lo que es atacar, bien saben atacar. Pero ante la razón y la justicia no hay nada; podrá haber mucha elocuencia, mucha actividad, mucho entendimiento; pero si no tienen razón los que me atacan, me ocurrirá en adelante lo que me ha pasado hasta ahora; esto es, que venceré a mis adversarios, porque están de mi parte la razón y la justicia.

Su señoría nos ha hecho una amenaza que es peregrina: ?este Gobierno no puede continuar en el poder. ¿Sabéis por qué? porque en las Cortes con este Gobierno no harán nada?. ¿No harán nada las Cortes teniendo este Gobierno una gran mayoría? Pues gozando el Gobierno de la confianza de la Corona y de las mayorías del Parlamento, no tiene más remedio que hacer algo. Cuando los Gobiernos no pueden marchar por dificultades de las Cortes, puede esto consistir en dos cosas: o en perturbaciones e indisciplina de las mayorías que no le dejen marchar, o en obstruccionismo y perturbación de las minorías que no quieren dejar gobernar faltando a su deber. Pero en uno y en otro caso, si el Gobierno no puede marchar, entonces ya se sabe lo que hay que hacer, disolver las Cortes y acudir al país. Cuando las dificultades arrancan de la indisciplina de la mayoría todavía puede caber duda, porque aún indisciplinada y todo, puede ser la mayoría del país; pero cuando las Cortes con una mayoría numerosa y disciplinada no pueden marchar por dificultades, por obstruccionismo, por rebeldías de las minorías, entonces no cabe duda; porque no es cosa de que a las minorías rebeldes se les dé el premio de su rebeldía; y además, porque en todo caso, la presunción legal es que la mayoría de las Cortes representa la mayoría del país. (El Sr. Bosch pronuncia palabras que no se oyen).

Yo no sé si llegará a tanto; pero lo que es la lógica conduce inflexiblemente a esto. ¡Pues no faltaba más, sino que porque una minoría rebelde no deje marchar al Gobierno, haya de obtener precisamente el poder! Entonces, ya se sabía la manera de conquistar el poder; con traer unos pocos Diputados, rebelarse, no dejar marchar a las Cortes y al Gobierno, seguramente obtenían el poder. (Un Sr. Senador: Es que aquí se ha rebelado la mayoría). La mayoría no se ha rebelado, que está muy disciplinada aquí como en la otra Cámara. Y yo estoy respondiendo al argumento del Sr. Bosch, de que este Gobierno, con mayoría y todo como tiene, no puede hacer nada; y por eso hablaba de dificultades nacidas de indisciplina de la mayoría o de obstruccionismo de las minorías, y discurría bajo esta tesis, y lo hago para que las minorías reflexionen y cumplan con su deber, que, en todo caso, no hacen más que cumplir con lo que les aconseja el patriotismo y no les cuesta mucho trabajo acatar.

Y voy al tema principal del debate, que consiste en las razones que ha tenido el Gobierno para aconsejar al Poder Real la terminación de la legislatura.

Yo tengo poco que decir sobre esto, porque lo que ha pasado no es nuevo tampoco, ni tiene nada de particular; y en otras circunstancias, que si no son iguales tienen alguna analogía, hizo lo mismo el partido conservador, e hizo bien, y pudo hacerlo. Porque ¿qué son estas diferencias que se quieren establecer aquí entre el mayor o menor ejercicio de la Regia prerrogativa por un decreto que por otro? En todos los decretos se ejercita la Regia prerrogativa; la diferencia estará en el asunto a que el decreto se refiere; pero en cuanto al uso de la Regia prerrogativa, es perfectamente el mismo en todas ocasiones. Y si el Gobierno creyó conveniente, por las dificultades que traía la incompatibilidad en que se había colocado el Presidente del Congreso con la mayoría de aquella Cámara, resolver la cuestión por medio de un decreto más fácilmente que de otro modo, hizo bien el Gobierno en aconsejar a S. M. lo que le aconsejó.

¡El voto de censura! ¡Buenas estaban las pasiones para votos de censura! Hubiera sido tanto como colocar una pira en el hemiciclo del Congreso y darle fuego por todos los costados. Todavía estaríamos discutiendo el voto de censura, si es que hubiéramos podido continuar discutiendo.

Al procedimiento que se siguió, sólo se podían oponer los que todo lo esperen de la anormalidad, de la confusión y del desbarajuste; y como el Gobierno no solo no puede esperar nada del desbarajuste de la confusión y de la anormalidad, sino que está en el deber de evitarlo a todo trance, de ahí que la medida que aconsejó a S. M. fuera la más conveniente para resolver el conflicto que se presentó. (El Sr. Rivera: ¿Por qué no lo aconsejó S.S. la víspera del día 23, para que no se produjeran aquellos sucesos? Eso hubiera sido lo prudente). [396]

Porque los Gobiernos aconsejan las cosas cuando lo creen conveniente y no cuando se le figura a S.S., que no es gobierno. (El Sr. Rivera: Ni deseo serlo). Yo no digo que lo desee S.S. (El Sr. Rivera: Pues yo le digo a S.S. que no deseo serlo. ?El Sr. Marqués de Sardoal: Pues yo sí). Yo siento que el Sr. Rivera no desee ser gobierno, porque si lo deseara y lo fuera alguna vez, vería S.S. cómo los consejos que se dan a S. M. se dan cuando los Gobiernos lo creen oportuno, y no cuando le puede convenir a uno que no es gobierno. (El Sr. Rivera: ¿Pero me cree S.S. tan inocente que pueda pensar eso?) Pues por eso di el consejo cuando lo di, y no cuando S.S. cree que debía darlo. (El Sr. Rivera: Debió darlo S.S. antes, si entendía lo que entiende ahora). Pero yo esperaba, señor Rivera, /y no quería hablar de ciertas cosas), yo esperaba más del patriotismo y del amor al partido de ciertas personas.

Al principio propuse una suspensión, creyendo que durante los días de la suspensión esas personas habían de reflexionar el daño que traían al partido y al país, habían de volver sobre su acuerdo, y entonces se reanudarían las sesiones y continuarían sin inconveniente ninguno; pero al ver que las pasiones en lugar de amenguar se excitaban cada vez más y que se amenazaba con voto de censura, ¿qué había de hacer? Proponer lo que hubiera propuesto el primer día si no hubiera tenido la confianza de que había de variar la actitud de ciertas personas, porque juzgaba de su corazón por el mío, porque juzgaba de sus sentimientos por los míos, porque creía que tenían al partido el mismo cariño que le tenía yo, porque creía que harían tantos sacrificios como haría yo por el bien del país. (Muy bien; muy bien). Por eso di primero una espera, y viendo que la espera no producía resultado, acudí a un medio perfectamente constitucional, de la exclusiva responsabilidad del Gobierno. ¿Quién ha dicho otra cosa? ¿Quién ha dicho al señor Fabié que yo me haya opuesto a que se discuta ese decreto? ¿No lo ha discutido S.S.? Si yo comprendiera que no se podía discutir, ¿hubiera permitido que S.S. lo discutiese? ¿Qué tiene que ver el decreto con los actos de S. M. la Reina? El decreto es de la exclusiva responsabilidad del Ministerio, y puede S.S. discutirlo con toda amplitud, como lo ha hecho.

No deseo, Sres. Senadores, prolongar el debate; pero tengo que hacerme cargo de algunos recuerdos tristes del Sr. Fabié, quien me parece que en eso no hacía más que responder a la tristeza de su alma, porque yo, por su fisonomía, creo que S.S. es un hombre triste (Risas); y me parece que en sus palabras revela la tristeza de su corazón, pues no de otra manera se pueden comprender esos recuerdos que nos ha traído aquí S.S. Se explica que los traigan otros que pertenecen a otros partidos y se hacen ciertas ilusiones; pero en boca de S.S., tan formal, tan serio, tan severo, tan monárquico, tan dinástico, tan hombre de orden, en boca de S.S. no están bien esos recuerdos, que, además, no tienen analogía ninguna, y que no hay para qué traer aquí, y menos para enlazarlos con aquella nota de peligros de que el Sr. Marqués de Sardoal nos hablaba.

¡Válgame Dios con los peligros! También han salido los peligros del Senado. Peligros, podría haberlos, ocasionados por los apasionamientos injustificados e insensatos de ciertos elementos políticos, si no chocaran, afortunadamente, contra la cordura del pueblo español, y contra la sensatez de la opinión pública. (El Sr. Marqués de Sardoal: Los republicanos aliados con S.S.) No conozco aliados republicanos conmigo más que los que han venido a la legalidad, y después los que se aproximan. (El Sr. Marqués de Sardoal: Esos no son republicanos).

¿Qué es lo que se quiere que haga yo con esos republicanos que han entrado en la legalidad? ¿Que los despida de mala manera, o que los reciba violentamente? Pues si yo hubiera procedido de esta suerte con el Sr. Martos, con el Sr. Marqués de Sardoal y otros, no hubieran venido a la Monarquía. Yo sigo con esos republicanos el mismo procedimiento que he seguido con otros que hoy están en la Monarquía, gracias a esos procedimientos que el señor Marqués de Sardoal reprueba ahora.

¿Qué leyes hay aquí desconocidas, qué derecho conculcado, qué libertad ultrajada, qué interés nacional desconocido, qué acontecimientos en suspenso que puedan producir el descontento público, con el descontento público las alarmas, y con la alarma el peligro? (El Sr. Marqués de Sardoal: Pido la palabra para rectificar y para alusiones personales). Aquí no hay peligro, ni motivo ninguno para que lo haya; porque fundar el peligro en la impaciencia que puedan tener determinados hombres para ocupar este banco en lugar de los que actualmente ocupan; eso no es peligro.

Puede venir el peligro de la conculcación de las leyes, de las grandes violaciones del derecho, de continuar en una política que fuese refractaria al país, y si éste, por medio de sus órganos y en sus manifestaciones, pidiese lo contrario; pero si no pasa nada de esto, ¿cómo puede haber peligro? no lo hay, ni puede haberlo; y si no fuera por unas cuantas docenas de políticos que en el salón de conferencias del Congreso, en las columnas de algunos periódicos y en los discursos que pronuncian pretendieran desacreditar a nuestro país, dando importancia a cosas que no la tienen y pasan desapercibidas en otros país, inventando y exagerando todo lo que puede reanudar en nuestro desprestigio, exasperando las pasiones, profiriendo amenazas y llamando realmente a la revolución, ¡ah! si no fuera por eso, viviríamos en una paz octaviana, y el pueblo español podría presentase ante Europa como modelo de templanza, de moderación y de orden. (Muy bien. ? El Sr. Fabié: ?¿Qui tulleril Gracos de seditione quarentes??) Aún así y todo, no tenemos que envidiar nada en paz moral y material a ningún país de Europa, porque hoy por hoy, la disfrutamos tan verdadera y tan profunda como el país que más verdadera paz tenga; pero gracias a que esas insensatas predicaciones caen en el vacío, condenadas como se merecen por la sensatez del pueblo español. He dicho. (Muy bien, muy bien. Muchos señores Senadores felicitan al orador). [397]



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